Iban cogidos de la mano

Plaza Regla, León. © secundino pérez

Texto y voz: Leonor Bellis

Hace días, aprovechando una de esas tardes llenas de luz regaladas por el sol de primavera, mi hija y yo salimos a caminar, con el afán de agenciarnos una ración de dopamina que tan ricamente ayuda a levantar el ánimo. Fue entonces cuando nos encontramos con una pareja, también de caminantes, a los que Ale saludó efusivamente. Al reiniciar la marcha, mi hija me contó que ambos habían sido profesores suyos de la Facultad; un matrimonio, con más de un hijo, que además compartía departamento por ser de la misma especialidad.

Me parecieron cordiales y atentos, una de esas parejas bien avenidas a las que aplicar el refrán -remodelado-: “Las apariencias no engañan”. Toda una vida juntos y aún iban cogidos de la mano.

El bienestar y la complicidad que irradiaban produjeron en mí un atisbo de melancolía, ajena a la dicha que, ellos, como otros tantos han encontrado.  ¿Es cuestión del azar? ¿De la madurez aliada con la inteligencia? O ¿Es algo que sucede inopinadamente en el discurrir de la vida de cada uno?

Estoy convencida de que la CONVIVENCIA, en cualquier circunstancia, trasgrede los manuales de conducta por muy bien intencionados que estos sean. No existen las recetas mágicas, ni basta con los buenos propósitos cuando se comparte el espacio vital.  Supongo que cada relación de pareja se afianza con el tiempo, fiel a unos códigos íntimos, que se han ido confeccionado a medida que las personas desvelan comportamientos, y muestran su cara más amable o su reacción más adversa.

Intuyo que:

no basta con el amor, ni con el atractivo que embelesa.

Imagino que se requiere de:

una estupenda dosis de sintonía, fruto de pareceres concordantes; una franca voluntad de entendimiento que devuelve el sosiego, y una admiración sentida por quien camina a tu lado en la vida.

Sospecho que el compromiso sincero:

resguarda el mutuo respeto; alienta la ilusión por compartir proyectos; consigue sacarte una sonrisa; disfruta de la compañía del otro y adereza de ternura los instantes reservados, que se nutren del silencio más elocuente.

A pesar de los infortunios y los desaires que la realidad te impone -a veces, sin aparente tregua-, considero de gran ventura descubrir que la persona que un día elegiste fue la acertada para superar las adversidades; la adecuada para disfrutar de la dicha, y la soñada para transitar al unísono por el tiempo; por la VIDA.

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