Cuaderno de bitácora. Semana uno.

Texto: Javier Cuesta Foto: Secundino Pérez.
Día cero. Planificación apresurada de la crisis. Es decir, acopio de libros: V. Valero, A. Ernaux, A. Carson, H.A. Faciolince… lecturas poco convencionales para un desastre nada convencional. Acumular, en suma, papel (no higiénico sino terapéutico, sanador)
Día uno. Obsesión. Lavas las manos hasta llegar al desgastado. Aparece un sello, una marca de tinta: uy, es la contraseña de una discoteca de los años ochenta (Boñar, Happy Day, qué ironía). Era inevitable, tanto frotar.
Día dos. Suena Resistiré. El refranero ha perdido tirón pero todavía conserva vigencia algún adagio: “cuando viene una desgracia nunca viene sola”. Recibes vídeos con fondo musical del Dúo Dinámico (virus, trágame).
Tres. Quisieras salir, libar melatonina. Una vez más se demuestra la injusticia con las mascotas: sólo te sirve un chucho pulgoso. ¿Y si tienes un hermoso gato, un jilguero, un dinosaurio? Más aún, ¿y si tienes una tortuga, que da mucho juego en paseos largos? Te jodes.
Cuatro. Aplausos. Percibes que van en serio. Los tres primeros días creías que verdaderamente eran para ti, por aguantar encerrado en familia, invadido por memes, olor a lejía y nostalgia del café en el bar (vale, ¡también de los abrazos!) Ahora sabes que los aplausos se destinan a los héroes del momento: los fabricantes de scottex.
Cinco. Paradoja cruel. Hasta hace poco se discutía por fronteras geográficas e identidad de los pueblos; hoy hablamos de fronteras personales, de límites al contacto y a la movilidad como garantía de supervivencia. Cambio de paradigma: es aquello de “si tienes un insoportable dolor de muelas, que nadie venga a hablarte de le economía mundial”.
Seis. Estamos aún en esa fase de matar virus a cañonazos, a nivel sanitario. Psicológicamente, en actitud de resignación. Quizá a medida que mejore lo primero se tuerza lo segundo. Es improbable que intolerantes o maltratadores o coléricos o cretinos hayan desaparecido de la convivencia diaria. Y asomarán, vaya si asomarán.
Siete. Hasta aquí. No puedes andar y sin caminata no hay inspiración. No es broma, hay toda una literatura sobre ello, casi un subgénero. Caminar para pensar. Está escrita la relación estrecha entre andar y pensar: El paseo, de Walser, Elogio del caminante, de Thoreau… Incluso Rousseau fue más lejos, al afirmar que sólo se puede pensar si se pasea en libertad y se distrae la mente. Otro daño colateral de esta peste negra.
(Reflexión, y otra ironía: hasta ayer mismo nos quejábamos de lo rápido que pasa el tiempo. Ja, ja, ja. Vamos a saber bien lo que son conceptos como tedio, nervios, obediencia, abstinencia o tener más paciencia que Job. Dejó escrito Bergamín que “de un laberinto no se puede salir de cualquier manera, sino de una sola manera: la de haber entrado”. Entramos por contacto, salgamos por no-contacto. Quien se queda en casa, no infesta y bastante ayuda.)