I.M.V.

Texto: Javier Cuesta Fotos: Secundino Pérez

De entrada, el llamado Ingreso Mínimo Vital destinado a erradicar la pobreza y la exclusión social tiene que ser algo muy muy bueno para que nadie se haya atrevido a votar en contra en el Congreso, un hecho inaudito entre nuestros padres de la patria que no se ponen de acuerdo jamás por unanimidad, casi ni para subirse el sueldo. Así debemos valorar la iniciativa, como inmejorable objetivamente: salario universal como la mejor garantía de distribuir riqueza.

Pero… pero siempre hay un pero. Cualquier decisión óptima sobre el papel puede volverse negativa al llevarla a la práctica, más todavía esta tan delicada y compleja que exige ejecutarla con justicia y establecer un control escrupuloso de los beneficiarios, o de lo contrario muchos no la entenderán y la iniciativa se volverá en contra de sus promotores. 

Si el IMV sirve para que los de verdad necesitados sobrevivan al menos o para que se tengan que actualizar sueldos irrisorios cuando se quiere contar con mano de obra digna, entonces la idea irá por buen camino. Si el IMV se convierte en un fraude, en un coladero por el que muchos puedan llegar a cobrar mil y pico euros sin justificación y sin tener ni que levantarse por la mañana, en ese caso la idea se habrá pervertido y (si después de andar mucho y pasarlo mal, otro que está holgando va a quedarse con el fruto) muchos pensarán como Sancho “… pues será mejor que nos estemos quedos, y cada puta hile, y comamos.”

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