Mundo extraño
Texto: Javier Cuesta Fotos: Secundino Pérez
Sí, volvemos a vivir. Por fases, a tirones, a poquitos, con gran prudencia algunos, otros muy sueltos, desinhibidos. Se reanuda la vida, aunque tímidamente. En todo caso el ritmo es lento, el ambiente extraño. Como cuando alguien sale de un largo coma, o algo así, y pisa la calle con cierto miedo a todo lo que antes era cotidiano. Comportamientos que eran habituales y acciones que llevábamos a cabo de forma automática, ahora son algo forzado y casi antinatural. Nos lo hemos buscado, no podemos quejarnos.
Sin embargo, como mínimo da lástima. Quizá es percepción personal, pero parece que el mundo no está como lo conocíamos, la alegría es débil, los gestos demasiado calculados y vacilantes. Estamos flojitos. Temporal o duradero, de momento hemos pegado un bajón. Y es lógico, no ya por las consecuencias económicas sino sobre todo por la desaparición de la expresividad y del afecto tal como lo entendíamos, por la represión de los sentimientos y de la espontaneidad y del entusiasmo. No sé, mal rollo. Sin ir más lejos, en vez de un apretón de manos o de plantarnos dos besos, hacemos amago de darnos… ¡un codazo! Pero hombre, ¿no podíamos haber buscado un gesto alternativo menos feo, tal vez darnos un abrazo a nosotros mismos, lanzar un beso al aire, el pulgar para arriba?
En fin. Nieva en junio. Se acerca el verano y ni eso parece querer llegar este año del todo. El sol quiere y no puede, resplandece, sí, pero el calor no es el mismo.
El mundo está desconocido y raro.