Proyecto de vida

  • Camino de La Candamia en León al atardecer
  • Puente sobre el río Torío hacia el barrio de Puente Castro en León
  • Atardecer en el camino peatonal y para bicis junto al río Torío en León

Texto y voz: Leonor Bellis Fotos: Secundino Pérez

Buscaba serenidad con su mirada. La incertidumbre no tardaría en disiparse. Yo, mientras tanto, procuraba distraer el pensamiento tozudo hablando de lo que fuera. Apelaba a la templanza para no sucumbir a la duda que sofocaba el entendimiento. Un respingo. Un vuelco en el corazón. Sobraría un instante para alterar todo su mundo.

Las fuerzas ignotas del universo suelen escaparse a nuestro control, a pesar de que nos empecinemos en dominar las situaciones. Por eso, caemos con frecuencia en el error de no contar con los imprevistos, de subestimar todo eso que forma parte habitual de la vida y que nunca depende de nosotros.

Habían sido muchos los meses preparándose para alcanzar un sueño. Estaba acostumbrada a dar lo mejor de sí misma, sin escatimar esfuerzo y dedicación. A menudo, su pundonor mitigaba el cansancio, evitando que se rindiera a la presión. Su carácter luchador e impetuoso -entrenado desde niña-, le infundía ánimos renovados cada mañana, fiel a su propósito de salir victoriosa.

Pero esta vez el camino emprendido y anhelado iba más allá del tesón, de las ganas y de la intención.

A veces, el miedo al agotamiento, la sumía en momentos de flaqueza que alimentaban sus inseguridades. Por instantes, aquella confianza adquirida tras años de logros, parecía disiparse como una ráfaga de aire. ¿Y si no era capaz de mantenerse firme en su empeño? ¿Y si todo su ahínco se desvaneciera abocándola al fracaso?

Inevitables las lágrimas y el decaimiento. Sin embargo, yo intermediaba, procurando acompañarla en su desasosiego. La escuchaba desahogarse y ambas volvíamos a recordar el denuedo del deportista que se sobrepone al desaliento, o el brío del que cree haber tocado fondo, pero que es capaz de recuperar la fortaleza interior hasta en los peores momentos. No me cansaba de repetirle –no tienes nada que perder, y mucho que ganar; de modo que “pa lante”; siempre “pa lante”.

Y llegó el día. Se preveía una mañana larga, con los nervios a flor de piel. No había marcha atrás; por ello era preciso distraer la mente. Fotos; – ¿por qué no vemos fotos? – sugerí. Sacamos los álbumes de fotos de antes. Recuerdos, anécdotas, sonrisas… – ¿Te acuerdas de…? ¡Qué guapa estabas con la abuela! ¿Cuántos años tenías en esta? ¡Qué bien lo pasamos aquí!

Hacia medio día el móvil empezó a pitar. Mensajes. Posiblemente ya habían puesto las notas. Sí. Entró con su clave en la página de internet que le iba a dar la noticia. Era incapaz de pulsar el botón. Yo cerré los ojos un instante. Ella aguantó la respiración y ahí estaba ese APTO que iba a cambiar su destino. Lloros descontrolados, abrazos, saltos de alegría. Lo había conseguido. TODO había merecido la pena. Sentimos una alegría inmensa. Ahora había que hacer partícipes de nuestra felicidad a todos los que creyeron en ella y la apoyaron en este gran y ansiado PROYECTO DE VIDA.

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