SIEMPRE REGRESABA A LA CASA MATERNA

Texto y voz: Leonor Bellis Fotos: Secundino Pérez

Regresaba a casa. Por delante, tenía dos hora y media de viaje rumbo al norte. Tiempo suficiente para bañarme de nostalgia.

La carretera que llevaba hacia la autovía, me permitía ver los campos infinitos, abocados a un horizonte tintado por el atardecer del otoño. Yo era ese atardecer. Mi alma, ese otoño.

Barruntaba que no podría evitar las lágrimas, que tímidas, ya se deslizaban por mi rostro al compás de esa tristeza que me abrumaba. Dejé fluir las emociones que, a veces inundan nuestro ser de una forma tan intensa, que se hace preciso el desahogo, so pena de sucumbir al desaliento.   

Sin remedio me entregué al recuerdo. Acaba de dejar a mi hija en otra ciudad, en otra casa; yo volvía a la que habíamos compartido a lo largo de tantos años.

Durante su infancia sufrimos separaciones obligadas por circunstancias de vida. Luego, lo normal: excursiones, viajes, cursos en el extranjero…; pero siempre regresaba a la casa materna, a su hogar.

La reviví colgada de mi cintura – ¡inseparables! – yendo de un sitio a otro. La observé sentada en su sillita cuando recorríamos la ciudad haciendo recados. La escuché en nuestros paseos, cogida de la mano o correteando a mi alrededor.

Mientras crecía, explorábamos caminos juntas, hablábamos, reíamos, jugábamos, estudiábamos o llorábamos. Sofocábamos daños, aliviando adversidades; parapetando sinsabores. Disfrutábamos de nuestros viajes, de la playa, de la bici…Supongo que la ausencia de un padre afianzó nuestra complicidad, otorgándonos la dicha de un vínculo, casi mágico, entre las dos. Siempre con nuestro espacio; sin agobios.

A medio camino retomé mi presente y parte del viaje se había esfumado según anochecía. Solo veía las luces de otros coches y la de los pueblos que quedaban al lado de la carretera. El llanto, se había sosegado hacía rato y, el ánimo, consolado me insuflaba confianza para acometer otro trecho de vida, lejos de ella.

Al entrar en casa cerré los ojos, esbocé una sonrisa y supe cuánto iba a echarla de menos; pero me sentía tranquila, convencida de que todo estaba en su sitio, que seguiría siendo mi “pequeña” a pesar de la distancia y del paso del tiempo.

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